Por Licenciada Clara Jasiner.
La puerta abierta a un universo asombroso ofrecida por la posibilidad de leer y escribir pareciera no ser intuida por algunos niños y niñas. Si bien son algunos los chicos que concurren porque no leen ni escriben ni en primero ni segundo grado[1].
Observo en mi práctica cotidiana como consultora psicoeducativa [2] que con frecuencia los chicos que atiendo lejos de dejarse capturar por la magia del infinito que promete el acceso a la lecto-escritura rechazan hasta la tentación de dejarse atraer por el aprendizaje de la palabra escrita y leída.
En estas ocasiones ni la curiosidad ni la demanda parental o docente ni la evidencia de que podría poner a su alcance un instrumento de descubrimientos y posibilidades logran instalar la tarea de aprender a leer y escribir en el deseo del niño.
Simplemente se niegan a dejarse atravesar por la palabra escrita y menos aún mostrar que hay en ellos atisbos siquiera de poder leer ya no sólo de escribir. Permanecen enigmáticos por largo tiempo para estos niños los signos escritos en un libro de cuentos o las letras que les muestro en algún juego como si fueran esos caracteres elementos ajenos a las dimensiones de lo cotidiano que entrama su subjetividad.
Lo máximo que logran por bastante tiempo estos chicos –habitantes de primero y muchas veces hasta de segundo grado- es leer una letra por su nombre -por ejemplo decir ante la palabra BEBÉ: “be y esta es una e y… otra be es…" y ahí mirarme como azorados: “Clara no sé!.” y a continuación intentan de nuevo leer la letra que la sigue también por su nombre y tratar de juntarlas en un sonido. Esto es especialmente difícil cuando lo que indica el sonido de una de las letras es el contexto de la palabra. Por ejemplo: casa y cena. Los dos posibles sonidos de la c no los pueden distinguir sólo conociendo el nombre de la letra.
Con estos niños trato de que al mismo tiempo descubran por un lado que si bien el nombre de la letra es uno en algunos casos suena de otro modo al ser emitido como sonido en una palabra y por otro lado que además el niño perciba que deberá descubrir que poder leer implica un juego entre totalizar la palabra en una gestalt y esto a su vez sólo es posible conociendo las letras.
En ocasiones aceptan el juego y se deciden a jugarlo. En otros casos me parece percibir una posición rebelde a dejarse seducir por el “juego”.
Me preocupa esta problemática. Por supuesto que ningún niño es igual a otro y nunca se repite la constelación de cada chico en los demás pero cierta insistencia en una posición de “aburrimiento” , “letargo respecto de la alfabetización” o aún negativa amplia y marcada a ir más allá del balbuceo de los nombres de las letras sin armar con ellas me resulta un desafío para mi práctica. Desafío también presente en la atrea de los maestros y maestras con los que cotidianamente conversamos acerca de estos temas en relación a algunos niños o bien en el contexto de asesoramientos y talleres..
Continuará...
[1] No pudiendo esto ser relacionado con niveles de inteligencia- ni otros factores habitualmente tenidos en cuenta por los maestros y gabinetes psicopedagógicos ni por los pediatras quienes casi siempre le orientan a las madres que traigan a su hijo a una psicóloga.
[2] Atención de chicos con problemáticas de aprendizaje.
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