Amigos:
¡Cuánto misterio anida en la captura que un libro y muchas veces un periódico, ejercen sobre un lector!
Observen, amigos, esta imagen de dos personas leyendo:
Fig. 1: Lectores capturados en la palabra.
¿Cuántas situaciones vitales podrían convocar tan acentuadamente la atención y el interés de quienes, en este tiempo de celeridades, corren en pos de cuestiones que se imponen como impostergables demandas, sea cual sea la condicón social de quien las atraviesa??
Una concentración tan absoluta es despertada solamente por eventos trascendentales. Uno de ellos puede ser la final de un partido de fútbol cuyo resultado es crucial para la subjetividad y para el nosotros de una comunidad. Otro, en un ámbito diferente al anterior, lo constituye, por ejemplo, una operación llevada a cabo por un cirujano, en cuyos ojos se detecta la dedicación casi absoluta a su tarea del momento.
Ahora bien: un libro ofrece al lector solo palabras. ¿Qué en ellas es capaz de intilar tanto deseo? ¿Qué hay en las palabras que permite que las mimas, moduladas como hostoria o argumento o bien como postulaciones generadoras de un ensayo, capturen a quien se asoma a las mismas?
He aquí otra imagen:
Fig. 2: Concentración total.
Amigos
Las claves del misterio quedan en pie.
La palabra, en las hojas de un texto, posee cierto poder .
¿Tendrá que ver con ello la intención de convencer a inmensos auditorios de que los libros ya no representan para los sujetos lo que antaño?
¿Será posible pensar que la sabiduría anida en reconocer que los libros habitan pos siempre nuestro mundo?
Saludos. Clara Jasiner.
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