Amigos:
Caminando cuesta arriba por Lacroze, desde Luis M. Campos hacia Cabildo, escuché, desde detrás mío, una conversación cortita entre una niña y su padre. Me gustó el tono amable con que dialogaban y la aceptación de ambos de que nada es completo ni perfecto en esta vida.
Como eran las 12 del mediodía y por el delantalito que -según comprobé luego- la pequeña vestía, era obvio que él la había ido a buscar a la salida del Jardín. Recuerdo así el breve intercambio:
-Padre: ¿Cómo lo pasaste hoy?
-Niña: Bien.
-Padre: ¿Bien?
-Niña: Sí. -Pasan unos segundos durante los cuales, seguramente, ella reflexiona- Me gusta el Jardín -esto dicho cálida y alegremente-.
A medida que pasaban por mi lado y comienzaban a caminar delante mío, los vi tomados de la mano, él alto y ella una niña de unos tres años. El diálogo siguió así:
-Padre: ¿Te gusta entonces el Jardín?
-Niña: Pero a veces no tengo ganas de ir al Jardín.
Yo pensaba: así es la vida y qué bueno que ella tenga un padre a quién decirle lo que le gusta y lo que no, pero con la certeza de que si él la lleva, el padre, es porque es bueno para ella.
Seguimos cada uno su camino. Pero Hay un padre. Un padre tierno y un padre que puede escuchar, pero también ofrecerle a su hija la decisión de que lo que le brinda es lo que considera mejor para ella, aún si, a veces, a la niña no le gusta.
Saludos. Clara Jasiner.